Me lanzo a escribir cuanto antes, sin atender a la crítica sentenciosa que (me parece) ha rechazado No mires arriba, película que desde aquí calificamos de fabuloso disparate en el el mejor sentido de la palabra. Como ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú pero con un asteroide a punto de impactar contra la Tierra y provocar nuestra definitiva (y tal vez merecida) extinción. Sí, nos ha gustado.
Estamos ante una sátira certera que disecciona el mundo imbécil que padecemos, donde todo es motivo de meme y resulta tan respetable la opinión de una persona que cree en los fantasmas como la de un reputado astrónomo.
Si mañana nos dijeran que estamos a punto de perecer por una catástrofe planetaria, ¿creeríamos a los emisarios del Armagedón? ¿O cuestionariamos sus razones? ¿O nos lo tomaríamos a broma para poder reirnos en Twitter? De eso va No mires arriba. De cómo esta civilización se ha vuelto loca y ha confundido a los supervillanos tecnológicos (véase Elon Musk) con Madame Curie.
Leonardo DiCaprio y Jennifer Lawrence están espléndidos, Meryl Streep exhibe su magistral histrionismo (interpreta a un Trump femenino absolutamente hipnótico), Jonah Hill repugna en su fétido papel, sale Ariana Grande y resulta hilarante, Cate Blanchett borda la caricatura que le toca en suerte… El trabajo de actores y actrices es fantástico. ¿Pasados de rosca? Por supuesto. No mires arriba es una película necesariamente pasada de rosca. Lo tomas o lo dejas. Un exceso a disfrutar cuyo autor, Adam McKey, guionista y cómico curtido en Saturday Night Live y otros territorios aledaños, se la juega a la carta de la desmesura.
Dicho todo esto, las más de dos horas de No mires arriba se pasan en un suspiro, hay risas, emoción y también llanto, se recomienda su visionado especialmente a los negacionistas, a ver si entienden que la evidencia científica no puede negarse recurriendo a argumentarios de YouTube.
La desesperación de los científicos protagonistas de esta comedia, que tratan de convencer (en vano) al mundo de que el fin se aproxima, resulta una metáfora perfecta del modo en que parte de la población decide no mirar arriba. Si hay una pandemia mundial, se escoge negar la eficacia de las vacunas porque bebiendo un trago de lejía o apuntándose a yoga la salvación conforta más. Si la crisis climática muestra sus fauces en forma de inundaciones o grandes sequías o de cualquier otra manera, hay quien prefiere negar la evidencia y culpar a la progresía de inventar desastres que nunca sucederán.
No mires arriba posee méritos artísticos sobrados pero, además, en su discurso hay una incendiaria intención crítica que deberíamos aplaudir. No van a ser todo comedias románticas y true crime, caramba. Netflix, de vez en cuando, da alguna alegría. No mires arriba es un buen ejemplo.
DANIEL SERRANO
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